martes, octubre 10, 2006

Camino a Valparaíso


Subíamos al tren y hacía un calor húmedo, agobiante. Íbamos todos de viaje. La verdad es que más que un tren de pasajeros parecía uno de transporte de ganado. Dejamos las puertas abiertas para que entrase algo de aire, denso.

No llevábamos más que un mínimo equipaje y billete en mano, de allí llegaríamos a nuestro destino, Valparaíso.

Tras la confusión inicial pude reconocer a algunos amigos entre la muchedumbre. Conseguimos de pie un sitio en el que permanecimos asiendo las barras que se sujetaban al suelo unos, otros las que atravesaban el techo en cada uno de los vagones.

Fue entonces cuando a un salto por el traqueteo del tren que hizo resbalar a quien estaba a mi lado como si de un pedazo de carne colgado se tratase y, al empujarme, hizo que mi bolso saliese disparado ante mi estupor. La imagen de mi bolso que era abandonado en un lateral de la vía mientras el tren avanzaba incansable, quedó momentáneamente congelada en mi mente.

Mi primera reacción fue saltar a buscarlo, pero podía hacerme daño con la caída encima de esas piedras de granito que señalaban, con cada traviesa de madera el camino de esa vía férrea.

¿Qué estúpido error había permitido que lo soltara?. Cuando miré a mi alrededor recibí la terrible sorpresa de ver que mi acompañante ya no estaba. El tren avanzaba impertérrito ante mi estupor. No fui capaz de hacer nada.

Recorrimos caminos inhóspitos, desérticos parajes, poblados que parecían abandonados hasta que una mirada desterrada llamaba mi atención advirtiéndome que esos caminos estaban rebosantes de personas que nunca tuvieron la oportunidad de hacer ese viaje. Observaba que estaban hacinados, como sobras de lo que pudieron haber sido. Parecía que ni tan siquiera estaban.

La desolación se apoderó de mi alma. El miedo de no saber hacia dónde iba ni conocer a ninguna de las personas que me rodeaban.

Me sentía sola en aquel vagón atestado. Al intentar explicarle al maquinista lo ocurrido, este me dijo que lo sentía mucho que él estaba deseando llegar a su ya último destino. El agotamiento se reflejaba en su cara.

Llegamos a la estación bien distante de la imagen que yo imaginara, enorme y como única luz, la que entraba a través de la arcada del túnel de entrada. La gente bajaba decidida y nuevamente mucha gente subía al tren para volver a hacer el mismo camino que esta vez comenzaba en el que para mí era el lugar de llegada.

No podía bajar, llevaba un único billete de un trayecto y si bajaba no tendría con qué comprar otro nuevo. No podría pagar ninguna alojamiento, ningún alimento. No sabía dónde me encontraba.

Un solo trayecto, un único tren por una única vía. Había cogido el tren y era como si lo hubiese perdido.

El pánico al encontrarme en un lugar desconocido hizo que mi mano aferrase el billete mientras lloraba desconsolada. Decidí no bajarme, no era mi momento ni era mi tiempo.

Entre los nuevos pasajeros, que subían felices, excitados ante el nuevo viaje, se encontraba una mujer, con la que se me antojó ser una cálida mirada. A mí me pareció que aquella exaltación tan solo podía ser porque desconocían el camino que habríamos de recorrer, aquellos desolados paisajes que atravesaríamos ante aquellos extraños habitantes de la nada.

Esa mujer fue la única persona amable, me dijo que no soltase aquel billete, era garantía de mi derecho a estar en aquel vagón. Dime tu nombre, dijo, y en ese momento despierto. Sin su nombre, en el hospital, me dicen que estuve tiempo dormida, que pensaban que no volvía de aquel viaje. Pero aquí estoy, me colé en viaje de vuelta. Soy polizón de mi vida y guardo el billete, para no olvidarlo.

6 comentarios:

Tanino dijo...

Valparaíso es un espejismo ambulante, una sombra sin sujeto. Para llegar, el tren es una buena alternativa (no diré nada más).
Lo importante es que estás de regreso.
Saludos
...una fuerza me tira, nos vemos, volveré!
Giuseppe T.

Adrià dijo...

No lo pierdas....un billete cargado de emociones!

Unknown dijo...

*Querido Tanino,

Yo creo que Valparaíso existe y estoy convencida que me lo podría confirmar usted mismo.

Me parece importante tener claro el destino sea cual fuere el camino.

Espero tenerle pronto de visita siguiendo con su propio pendular movimiento, querido Tanino. ;)

*Querido Adriá,

Llevo el billete tan sujeto que a veces aunque olvide que lo tengo, se me agarrota la mano y entonces lo recuerdo.

Sujeten bien sus billetes y disfruten del trayecto.

*A ambos, oleadas de besos.

Anónimo dijo...

Yo también llevo mi billete fuertemente aferrado...

Me ha encantado reencontrarte, no recuerdo en que blog.

Tengo un blog cerrado a medias y ahora uso el que tenía en pruebas, cambié de vía podríamos decir ;-). Te invito a ver mi último ( de momento), viaje en tren.

Abrazos de reencuentro.
Incondicional.

Anónimo dijo...

Me gustó tu historia. Triste y sorprendente, llena de interrogantes. Y eso billete aferrado como única tabla de salvación.
Un beso.

Unknown dijo...

*Estimado Lobo, me alegra que le guste la historia.. es billete es recordatorio de que existe un sólo trayecto.. recordemos también disfrutarlo.;)

Oleadas de besos.