jueves, junio 15, 2006

La mar salada


Dice una antigual leyenda vikinga, que el rey Frodi, de Dinamarca, recibió en una ocasión de Hengi-kiaptr el regalo de dos piedras de molino mágicas, llamadas Grotti, que eran tan pesadas que ninguno de sus sirvientes ni sus guerreros más fuertes podían darlas vuelta.

Durante una visita a Suecia vió y compró como esclavas a las dos gigantas Menia y Fenia cuyos poderosos músculos y cuerpos habían llamado su atención. De regreso a casa ordenó a sus dos nuevas sirvientas que molieran oro, paz y prosperidad. Las mujeres trabajaron alegremente hasta que los cofres del rey rebosaban oro y la paz y la prosperidad abundaban en sus dominios. Pero el rey, en su avaricia, ni siquiera permitía a sus sirvientas descansar, por lo que éstas se vengaron moliendo una guerra, provocando la muerte del rey a manos de los vikingos.

El rey vikingo Mysinger tomó las dos piedras y las sirvientas y las embarcó en su nave, ordenando a las sirvientas que molieran sal, que era un producto muy valorado en aquel tiempo. Pero el rey vikingo se volvió tan avaricioso como el rey Frodi, no dejando descansar a las mujeres, por lo que, como castigo, tal fue la cantidad de sal que molieron que al final su peso hundió el barco. A consecuencia de esta gran cantidad de sal, el mar se volvió salino.

(Leyenda Vikinga)

1 comentario:

Unknown dijo...

Y esto es la versión española, contada por la abuelita Paz de Tab, por la que tal vez cambie la entrada:

Había una vez, hace muchísimos años, dos hermanos que eran pescadores. Shiro, el mayor, tenía barcos grandes, redes nuevas y una hermosa casa. Jun, el menor, era pobre; sus redes eran viejas y, por más que trabajaba, no conseguía lo suficiente para comer.

Una mañana, Jun salió a pescar en su pequeña barca.

Después de todo un día de trabajo, no pudo pescar ni un solo pez. Por eso, fue a casa de su hermano y le dijo:

-Shiro, he trabajado todo el día; pero no he pescado ni un solo pez. Préstame un poco de arroz para que comamos mi mujer y yo.

Su hermano le cerró la puerta en las narices y gritó:

-¡Déjame en paz! Así aprenderás a cuidar de tu familia...

El pobre Jun volvía muy triste a su casa. De pronto, en un recodo del sendero, encontró a un anciano de gran barba blanca.

El anciano le dijo con voz muy dulce:

-Jun, eres un buen hombre y por eso he venido a ayudarte. Los enanos colorados poseen un molinillo mágico. Vete a buscarlos y llévales este tarro de mermelada de cerezas. Como a ellos les gusta mucho, te lo cambiarán por el molinillo mágico.

-¿Y para qué sirve ese molinillo? -preguntó Jun.

-Si giras la manivela a la derecha y pides un deseo, te será concedido. Cuando quieras que el molinillo se detenga, debes decir: "Gracias, molinillo, ya tengo suficiente". Luego, debes girar la manivela hacia la izquierda. Pero nunca dirás a nadie para qué sirve, ni cómo funciona el molinillo.

El joven pescador dio las gracias al anciano y se dirigió a las tierras de los enanos colorados.

El joven Jun llegó a tierra de los enanos colorados y todo sucedió como le había anunciado el anciano.

El rey de los enanos colorados llamó a Jun y le dijo:

-¿Qué quieres a cambio del tarro de mermelada?

-El molinillo -dijo Jun.


Después de algunas discusiones, Jun consiguió hacerse con el molinillo mágico.

A partir de aquel momento, cambió la vida de Jun.

Primero, pidió al molinillo que le moliera una casa nueva; más tarde, una barca nueva y redes y comidas y dinero...

Y cuando ya tenía suficiente de cada cosa que pedía, giraba la manivela hacia la izquierda y decía:

-Gracias, molinillo, ya tengo suficiente.

El joven pescador se hizo muy rico y, como tenía buen corazón, repartía aquellas riquezas con todos sus vecinos.

Cuando Shiro se enteró de la riqueza de su hermano, se puso verde de envidia y corrió a visitarle:

-Querido hermano Jun, ¿cómo has conseguido tantas riquezas?

Jun recordaba lo que le había dicho el anciano; por eso, no le dijo nada.

Desde aquel día, el malvado Shiro comenzó a espiar a su hermano para descubrir su secreto.

Una noche espiaba por una ventana cuando vio que Jun cogía el molinillo y decía:

-Molinillo, muéleme un poco de dinero. Quiero repartirlo con los pescadores que perdieron sus barcas en la tormenta...

El malvado Shiro se escondió para no ser descubierto, esperó a que su hermano saliera de casa, entró y robó el molinillo.

Luego recogió algunas cosas y embarcó para lejanas tierras.

Pasaron muchos días de travesía, sufrieron varias tormentas y se perdió parte del equipaje y toda la sal. Cierto día, Shiro notó que la comida estaba sosa. Por eso, se fue a su camarote, giró la manivela a la derecha y dijo:

-Molinillo, muéleme un poco de sal.

El molinillo comenzó a moler sal. Cuando ya tuvo bastante, Shiro exclamó:

-Deja de moler, ya tengo suficiente sal.

Pero el molinillo seguía moliendo. Shiro no sabía que debía girar hacia la izquierda para que se detuviera el molinillo.

-¡Deja ya de moler sal, maldito molinillo! -gritaba Shiro.

Pero el molinillo molía y molía. Primero, se llenó de sal el camarote; luego, la cubierta. Por último, el barco no pudo soportar tanto peso y se hundió. Y, como nadie ha girado la manivela hacia la izquierda, el molinillo sigue todavía moliendo sal en el fondo del mar.

Por eso, dicen, sabe a sal el agua del mar.