- Hora II
Este pregunta abordaba mi cabeza cada vez que mi mirada se perdía y se fijaba en el sumidero. Prolongar el momento de salir no tenía más sentido, tenía que pensar una solución.
No podía permanecer eternamente en la ducha, ni en el pasillo desierto por todo caballero andante, ni podía salir con una toalla o en pijama a la calle.
Decidí tomar la iniciativa y recordando que las lavadoras estaban el la puerta de acceso al baño ( debo decir que la forma, diseño, distribución y muchas otras cosas del país en cuestión, siguen a día de hoy, siendo una incógnita para mí) tomé la ropa preparada para el siguiente lavado y puedo decir en mi defensa, que en este caso aquello de “tu mayor defecto puede ser tu mejor virtud” me salvó. Ser una maniática de los olores y lavar la ropa aunque no esté muy sucia y así no ir apestando con el olor que se pudiese haber impregnado en la ropa de trabajo del restaurante, ni con la ropa con la que se sale en noches de juerga y regresas a casa con tanto humo encima que si doblas un brazo parece que salen círculos humeantes, es para mí algo insufrible y es fumadora la que escribe.
Y ya era algo, ropa, admitamos que de lo más dispar, pero ropa al fin y al cabo. No era momento de pensar en “Loewes” o “Diors”. Pero afuera había nevado y yo seguía en chanclas.
Recordé que al llegar al edificio, había visto que una de las habitaciones, contiguas a la mía, parecían estar habitadas. Aún con el pelo empapado me armé de valor y llamé a la puerta que me parecía tan extraña.
No podía permanecer eternamente en la ducha, ni en el pasillo desierto por todo caballero andante, ni podía salir con una toalla o en pijama a la calle.
Decidí tomar la iniciativa y recordando que las lavadoras estaban el la puerta de acceso al baño ( debo decir que la forma, diseño, distribución y muchas otras cosas del país en cuestión, siguen a día de hoy, siendo una incógnita para mí) tomé la ropa preparada para el siguiente lavado y puedo decir en mi defensa, que en este caso aquello de “tu mayor defecto puede ser tu mejor virtud” me salvó. Ser una maniática de los olores y lavar la ropa aunque no esté muy sucia y así no ir apestando con el olor que se pudiese haber impregnado en la ropa de trabajo del restaurante, ni con la ropa con la que se sale en noches de juerga y regresas a casa con tanto humo encima que si doblas un brazo parece que salen círculos humeantes, es para mí algo insufrible y es fumadora la que escribe.
Y ya era algo, ropa, admitamos que de lo más dispar, pero ropa al fin y al cabo. No era momento de pensar en “Loewes” o “Diors”. Pero afuera había nevado y yo seguía en chanclas.
Recordé que al llegar al edificio, había visto que una de las habitaciones, contiguas a la mía, parecían estar habitadas. Aún con el pelo empapado me armé de valor y llamé a la puerta que me parecía tan extraña.
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