el maestro de ceremonias me esperaba..

Me dirigí al centro neurálgico de aquella desconocida vida urbana.
Mi mejor amiga en aquella época trabajaba en unos grandes almacenes, los más elegantes de la ciudad y allí es a donde debía dirigirme, a por la copia de mis llaves que ella guardaba, por extraños juegos del destino, ya que el mismo momento que me hicieron entrega de las llaves (dos días antes), hice una copia para ella, aún teniendo claro que no había perdido unas llaves desde que tenía mi primera década, ahora se que están en el fondo del mar. Este conocimiento me hubiese ahorrado mucho tiempo, disgustos e infructuosas búsquedas... pero eso es también otra historia.
El paseo hasta el centro hizo que abriese mi ángulo de visión. Mi miopía se vio como recién operada. La gente me miraba como si fuese a robar, atracarles o mendigarles, cuando ciertamente, lo extraño en mi mirada era por la falta de mis gafas, pero ellos en cambio, parecía que viesen la locura personificada. Bien es cierto que ví mi reflejo en un escaparate y no pude reconocerme: ese atuendo, aquel cabello medio mojado todavía, que comenzaban a tomar su forma rizada original que casi nunca llevo, esa mirada que yo sabiendo por "ceguera" pareciera por falta de razón ( éste último punto no deja de ser rebatible) y aquellas botas, esas botas que llegaban a reflejarse en los escaparates por llegar 5 minutos antes que yo... En fin! la puerta del centro comercial. Un estupendo portero ataviado con sus mejores galas, las dignas del presentador de un circo, un insigne maestro de ceremonias con casaca encarnada y pulidos botones dorados, esperaban para ver si me atrevía a meterme en la puerta giratoria... ¡El circo me esperaba!
El Circo - Silvio Rodríguez- |
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Acompañado de una larga lista por saber,
con la frescura de un primer día de colegio,
salió otra vez de la mano de la casa en que nació:
las vacaciones estaban siendo un golpe de la luz.
Tocaba puertas recogiendo amigos,
acompañaba a las niñitas solas,
cortaba flores y las ofrecíacon un pie al aire, sonriendo siempre.
Cantando musiquitas dulces,
de esas que no se escuchan ya,
apareció gritando un circoque se instaló cerca de allí,
lleno de luces y colores,
magos y mucha diversión.
Pero en la lista de cosas que tenía que aprender
no figuraban los circos por ninguna parte,
y sin que nadie lo viera sacó un lápiz, anotó,
y puso circo con letras de poner inicial.
Con el dinero para la merienda
compró un helado y una rosca dulce,
dando brinquitos se metió en la carpa
que parecia una mamá muy grande.
Cantando musiquitas dulces,
de esa que no se escuchan ya,
pudo saber que su maestrano le enseñó cierta canción,
y que la vida no cabía
ni en veinticinco listas más.