Se le había colado el frío en esa misma noche de insomnio, no había otra. Cada medio minuto sentía un escalofrío que recorría su cuerpo y por mucho que se abrigase no conseguía dejar de tiritar.
No se lo explicaba, tampoco era especialmente frío ese invierno y tomaba un zumo vitaminado cada mañana que garantizaban le protegería. Intentó curarse, pero ningún médico acertó a darle un diagnóstico acertado. Así que por más medicamentos que tomase para que bloqueasen el inminente gripazo que no acababa de llegar, seguía con su tiritona y constantes eran sus estornudos.
Ese invierno dio lugar a una hermosa primavera, fue entonces cuando los síntomas del obstinado constipado desparecieron, dando lugar de alguna extraña forma a una terrible alergia.Ay, ese odioso sarpullido que le obligaba a estar rascándose a todas horas. Tampoco en este caso pudo médico alguno, indicarle la procedencia de esta misteriosa reacción cuyos síntomas eran francamente fastidiosos.
Ya en verano, el asunto empezaba a ser grave, puesto que no conseguía ver ni bajo la luz del Sol. Se pasaba el día intentando focalizar la vista frunciendo el entrecejo y esto le ocasionaba terribles dolores de cabeza. Ningún oculista pudo explicarle el aumento de aquella rapidez de la miopía. Comentaban no haber visto en sus largas carreras profesionales nada parecido.
Fue en ese otoño, cuando recuperó algo de su visión. Seguía viendo todas las formas emborronadas, pero ya no era la ceguera que había padecido durante el verano. Lo sobrepasó como pudo, con la única compañía de los restos de cada una de las estaciones.
Una noche ya cercana a la nueva Navidad, llamaron al la puerta de casa. El timbre resonó por todas las estancias. Con paso somnoliento se acercó hasta la puerta y al abrirla, se encontró con un sobre.
Vacilante, lo recogió del suelo. No tenía indicado el remitente. Volvió al salón para abrirlo convencido de que sería una felicitación de alguna entidad bancaria, tal vez una factura o un recibo inoportuno.
Pudo reconocer la letra, por primera vez en mucho tiempo la vista la tenía clara.
Las lágrimas recorrieron su cara, empapando el papel en la que aquellas letras abrían el dolor que había ignorado durante aquel año. Sabía que hubo una fría traición que se le había colado y llegado hasta la médula, su piel reclamaba el seguir sintiendo su el tacto de su cuerpo, ese cuerpo con el que le había traicionado y no podía evitar que le produjera tal respulsa que por mucho que se limpiase el dolor se negaba a desaparecer saliendo a la superficie como en erupción y como era imposible no ver los efectos sobre su piel su cerebro decidió dejarse cegar por el corazón.
Ahora aquella carta confesaba el insorpotable pesar de la traición. Las lágrimas pudieron por fin abrise paso limpiando con ellas su piel, dando el calor de amor que durante tanto tiempo negaba tras intuir la mentira. Fue el perdón que por fin se supo dar lo que hizo que volviese a despertar.
No se lo explicaba, tampoco era especialmente frío ese invierno y tomaba un zumo vitaminado cada mañana que garantizaban le protegería. Intentó curarse, pero ningún médico acertó a darle un diagnóstico acertado. Así que por más medicamentos que tomase para que bloqueasen el inminente gripazo que no acababa de llegar, seguía con su tiritona y constantes eran sus estornudos.
Ese invierno dio lugar a una hermosa primavera, fue entonces cuando los síntomas del obstinado constipado desparecieron, dando lugar de alguna extraña forma a una terrible alergia.Ay, ese odioso sarpullido que le obligaba a estar rascándose a todas horas. Tampoco en este caso pudo médico alguno, indicarle la procedencia de esta misteriosa reacción cuyos síntomas eran francamente fastidiosos.
Ya en verano, el asunto empezaba a ser grave, puesto que no conseguía ver ni bajo la luz del Sol. Se pasaba el día intentando focalizar la vista frunciendo el entrecejo y esto le ocasionaba terribles dolores de cabeza. Ningún oculista pudo explicarle el aumento de aquella rapidez de la miopía. Comentaban no haber visto en sus largas carreras profesionales nada parecido.
Fue en ese otoño, cuando recuperó algo de su visión. Seguía viendo todas las formas emborronadas, pero ya no era la ceguera que había padecido durante el verano. Lo sobrepasó como pudo, con la única compañía de los restos de cada una de las estaciones.
Una noche ya cercana a la nueva Navidad, llamaron al la puerta de casa. El timbre resonó por todas las estancias. Con paso somnoliento se acercó hasta la puerta y al abrirla, se encontró con un sobre.
Vacilante, lo recogió del suelo. No tenía indicado el remitente. Volvió al salón para abrirlo convencido de que sería una felicitación de alguna entidad bancaria, tal vez una factura o un recibo inoportuno.
Pudo reconocer la letra, por primera vez en mucho tiempo la vista la tenía clara.
Las lágrimas recorrieron su cara, empapando el papel en la que aquellas letras abrían el dolor que había ignorado durante aquel año. Sabía que hubo una fría traición que se le había colado y llegado hasta la médula, su piel reclamaba el seguir sintiendo su el tacto de su cuerpo, ese cuerpo con el que le había traicionado y no podía evitar que le produjera tal respulsa que por mucho que se limpiase el dolor se negaba a desaparecer saliendo a la superficie como en erupción y como era imposible no ver los efectos sobre su piel su cerebro decidió dejarse cegar por el corazón.
Ahora aquella carta confesaba el insorpotable pesar de la traición. Las lágrimas pudieron por fin abrise paso limpiando con ellas su piel, dando el calor de amor que durante tanto tiempo negaba tras intuir la mentira. Fue el perdón que por fin se supo dar lo que hizo que volviese a despertar.
4 comentarios:
Muy buen relato, para que digan de la Pisque!...
Espero que el próximo año fuera mejor.
No tenía idea de a dónde querías llevarnos con tu relato, me ha parecido precioso.
Las penas pueden ser la peor enfermedad, la del alma, mucho más difícil de diagnosticar y por supuesto curar, siempre quedan cicatrices.
Oleadas de abrazos ( sinceros, aborrezco las traiciones)
*Querido Adriá,
Para que luego digan del "sexto sentido".. algunas veces hay hasta un séptimo, octavo...¡¡¡ Y no sólo intuyen lo malo!!!!
*Querida Niebla,
El dolor, la pena han de salir a la luz para permitir que desaparezcan. Si no, se instalan y se hacen dueños de nuestra vida, de nuestro cuerpo, de nuestro alma.
* Gracias por sus visitas y sus comentarios. Oleadas de besos a ambos.
*Querida Palabraserrantes,
Ante todo, un placer "tenerla" por aquí nuevamente.
Respecto al relato... bueno, qué decir, no sé al resto, pero a mí las traiciones, aunque esto suene muy radical, se me agarran como si fuesen una puñalada en el estómago.Me resulta imposible controlar esa sensación como resultado y suelo tardar tanto en conseguir que esa sensación desaparezca, que de forma consciente, soy incapaz de hacer sentir esa sensación al sujeto contrario...
Qué paz se siente, cuando uno consigue estar tranquilo y se ve nuevamente capacitado para confiar.
Oleadas de besos. ;)
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